Cada año cuando correspondía la cosecha de la auyama, se realizaba un festival, “El Festival de la Auyama”. Se llamaba así porque todos los concursos y comidas tenían que ver con la Auyama y donde los ganadores obtenían fabulosos premios.
Se hacían concursos de:
- La mejor torta de auyama,
- La auyama más grande de la temporada
- La más sabrosa crema de Auyama,
- La Auyama con la forma más rara,
Además los habitantes de la comunidad tenían la oportunidad de vender sus cosechas, distintas comidas preparadas tanto con el fruto como con su semilla.
Un día Ana, quien ya tenía 10 años, le pidió a su papá que la llevara al Festival que se celebraría en pocos días. Su padre nunca había podido llevarla, ya que eran muy pobres y él tenía que trabajar mucho como obrero en los cultivos de otros granjeros, porque no tenía terrenos propios para cultivar.
Ese año, ante la insistencia de su hija decidió llevarla. Ella se maravillaba con todas las cosas ricas que se podían preparar con la auyama y le pidió a su papá que en su pequeño patio cultivaran auyama para que el próximo año pudieran participar en el Festival
Su papá le dijo que sólo podrían sembrar una mata, ya que su patio era muy, pero muy pequeño. Él no quiso quitarle la esperanza a su hija, pero no creía que pudiera darse ningún fruto en ese pequeño patio.
Le consiguió tres semillas y le enseñó lo que tenía que hacer para que pudiera cosechar una grande y hermosa auyama.
Antes de sembrar las semillas, Ana preparó el terreno eliminando las piedras, pasó el rastrillo y aflojó el terreno, luego depositó la semilla a una profundidad de cuatro centímetros, tal y como su padre le había indicado.
Después de pocos días vio como salía una pequeña plantita, en el lugar donde sembró las semillas, luego observó como salían sus flores y finalmente divisó un pequeño fruto, el cual cuidó con amor y dedicación.
Diariamente regaba la planta, eliminaba las malas hierbas que crecían a su alrededor y abonaba conforme a todo lo que le había enseñado su padre, quien estaba maravillado al ver como crecía tan pronto y tan sano el fruto de esa planta.
Aunque varios miembros de la familia querían comerla, el padre confiaba en que con los cuidados que su hija le daba podrían ganar el primer premio del concurso de la auyama más grande de la temporada, el cual consistía en una gran suma de dinero que como dijo desde un principio su hija ayudaría a aliviar la situación económica de su familia.
Por fin llegó el día del festival, Ana se levantó muy temprano para llevar la auyama al concurso. Su padre no la podría ayudar ya que tenía que trabajar, pero armó un carrito que le ayudaría a trasladar la auyama desde su casa hasta el lugar del concurso.
Cuando Ana llevaba la auyama, un joven que iba en su bicicleta no vio el carrito sino cuando ya estaba encima de ella y lo golpeó sin poderlo evitar, el impacto hizo que el carrito se volteara
y la auyama salió rodando por el camino hasta golpear un árbol.
Ana corrió detrás de ella pero no pudo evitar que con el golpe la auyama se partiera en muchos pedazos. Ella lloró y lloró desconsolada.
El chico culpable del accidente no hallaba que hacer para calmarla, estaba muy apenado por lo que había ocasionado.
Después de unos momentos de no saber qué hacer, se le ocurrió una grandiosa idea. Le pidió a Ana que lo acompañara a su casa y le prometió que participaría en el festival de la auyama, que sólo debía confiar en él.
Ana, muy triste por lo sucedido y sin esperanza de cumplir el sueño por el que había trabajado por casi 6 meses, accedió acompañarlo –nada perdía con intentarlo-.
Cuando llegaron a la casa, el chico le contó lo sucedido a su madre y le pidió que los ayudara hacer una crema de auyama. La madre, quien también era muy pobre, sacó un dinero que tenía ahorrado en un jarrón, el cual sería para comprarle unos lentes a su hijo que desde hacía varios meses le habían mandado, pero que ella no había podido comprar porque se le hacía
muy difícil juntar tanto dinero y cada vez que tenía un poco algo sucedía y tenía que gastarlo, tal como había sucedido ahora.
La madre salió a comprar los ingredientes para hacer la crema más rica que jamás el pueblo había probado, pidió prestada una olla inmensa y prendió un fogón, allí con la ayuda de los chicos preparó la crema. Llevaron una muestra al concurso de la crema y el resto la vendieron en un puesto que armaron con la ayuda de sus vecinos.
Cuando los jueces probaron la crema, quedaron maravillados y todos coincidieron que la de Ana merecía el primer lugar.
Ana no podía creer lo que estaba pasando, había ganado el primer premio de ese concurso y tal como lo soñó podría ayudar a su familia a salir de las deudas con ese dinero.
Estaba muy contenta, su padre que en ese momento estaba trabajando en el festival, se enteró de lo sucedido y bailaba de la emoción.
Eso no fue todo, con la venta de la crema en el puesto, pudieron recaudar mucho dinero, el cual Ana decidió dar a la madre del chicho para que pudiera comprar los anteojos, que tanta falta le hacían a su nuevo amigo.
La felicidad invadió a muchas personas, lo que al principio pareció ser una tragedia, no sólo causó felicidad a una familia, sino a dos.
Fue por el amor, la dedicación, el trabajo duro y la fe; que al final todo resultó perfecto.
María Rafaelina Lanzillotti Piña.
C.I.: 13266397
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